Llegar a casa, llego cansada y me duelen los pies, huelo el café hecho del mediodía, su olor aún recorre los pasillos y las habitaciones. Entro al salón, por fin me siento, noto cómo mis músculos se relajan y para hacerlo aún más placentero me enciendo un cigarro, me gusta cada calada que doy, oigo como se consume, pero no me gusta el olor que queda en la ropa.
Oigo unas llaves, la puerta se abre, llegas a casa, me gusta que me preguntes cómo me ha ido el día, te sientas en el sofá conmigo, me gusta que me rodees con tus brazos, que me pueda acurrucar a tu lado, que sepas como soy y que sigas aquí conmigo, porque no soy perfecta.
No soy perfecta, me gusta lamer el cuchillo cuando me hago un bocadillo de Nocilla, me gusta oír la lluvia cuando sé que yo estoy resguardada en mi casa, llegar, quitarme la ropa y dejarla tirada encima de mi cama. Me gusta echar mucho vinagre a la ensalada, la comida picante e innovar en la cocina. No me gustan los bichos, en concreto las cucarachas y las arañas y chillo cada vez que las veo.
No soy perfecta, no cuido demasiado mi aspecto, pueden pasar años sin que yo me corte el pelo, no me gusta tener una tijera al lado de mi cuello o de mis ojos. No soy perfecta, me gusta esa sensación cuando me río a carcajadas y el aire sale por mi garganta.
No soy perfecta, pero hay situaciones a tu lado que sí que lo son, cuando paseamos por la playa, notar la arena bajo mis pies, el olor del mar, el sonido de las olas. Cuando me llevas en coche y bajas las ventanillas, esa sensación de libertad cuando me da el aire en la cara y me alborota el pelo.